domingo, 24 de abril de 2011

Toldería: Templo de la música sudamericana en España - Gonzalo Reig

Toldería

 
La influencia que tuvo la canción latinoamericana en el nacimiento de una nueva canción de autor por toda España, y, desde ahí, en el desarrollo de un pensamiento y de un compromiso democrático contra la dictadura en sectores importantes de nuestra ciudadanía, no sólo fue posible gracias grandes autores e intérpretes como Violeta Parra, Atahualpa Yupanqui y Víctor Jara, sino también, y de forma muy importante, a todo un conjunto de jóvenes creadores –procedentes la mayoría de ellos de Chile, Argentina y Uruguay– que, durante los años sesenta y setenta, se establecieron en nuestro país como consecuencia del exilio o de la emigración.


Algunos de aquellos creadores consiguieron tener éxito y alcanzaron gran popularidad; otros, a pesar de que no dejaban de trabajar y de que tenían sus fieles seguidores, al final quedaron prácticamente en el anonimato; y otros, como en el caso de Manuel Picón y de Indio Juan, los perdimos irremediablemente, víctimas de una muerte injusta y traicionera.

Lo cierto fue que aquella presencia de la nueva canción latinoamericana en España –y particularmente en Madrid– durante los últimos años del franquismo y a lo largo de la transición democrática fue muy numerosa, intensa y significativa.




Se multiplicaron los locales y las peñas que le daban cabida a la realización de actuaciones en directo, y los artistas –cantantes y músicos–, con sus guitarras, sus charangos, sus arpas o sus quenas, se trasladaban cada noche de un local a otro –algunos actuaban hasta en tres locales diferentes en una noche– para hacernos la generosa entrega de su arte a cambio del reconocimiento moral, profesional y, por supuesto, económico de su trabajo.

Entre aquellos numerosos locales y peñas cabe destacar, en Madrid, los siguientes: Candombe, Maraca, El Rincón del Arte Nuevo, Donalberto, La Peña Limón, La Peña Tres, La Peña Cuatro, La Barranquilla, Ravel, Sakuskiya, Vihuela o Toldería, sala a la que le dedicamos este artículo.

La Sala Toldería, situada en la calle Caños Viejos –junto al Viaducto–, en el Madrid de los Austrias, se inauguró el 24 de marzo de 1974, como Centro Folklórico Iberoamericano; sala calificada por Mercedes Sosa como “templo de la música sudamericana”, en la que, como dijo Cándido, en el diario El Mundo (9-IV-1994), “se vivió la clandestinidad de Madrid y la esperanza al revés de la nostalgia”.

Concretamente, sus creadores y propietarios –Gonzalo Reig ( Ex-Los Calchakis) y Shary Mendoza–, con motivo de la celebración del décimo aniversario de su inauguración, escribieron el siguiente texto conmemorativo:

“...Con el piso sin terminar de pulir, algunas tuberías al aire y fresca la pintura de las paredes, hace ya diez años Toldería abrió sus puertas. Antes que el público llegaron los agentes del orden, serios y funcionales bajo sus abrigos de paño oscuro y sus barbas civiles, tratando de averiguar qué era aquello.

“Sin embargo, no inaugurábamos un antro de conspiración, ni un templo cultural, ni un escondrijo para amantes sin techo. Nada temible: un negocio.

“Nunca se sabe. Al poco tiempo, en aquel diminuto escenario empezaban a cantarse poemas estremecedores, utopías rimadas, panfletos, esperanzas, realidades. A veces, en la intimidad de la alta noche y a puertas cerradas, subía a escena la desopilante irreverencia de Ortuño, que con el único escude de un vaso de vino y una guitarra, derribaba mitos y enmarañaba el pelo de las más ilustres barbas de la época.

“Un buen día nos dimos cuenta de que por nuestra angostas puertas estaba empezando a entrar el pueblo, y junto a él, hombres y mujeres que de un modo un otro, le representaban, le expresaban. Entre el apretado racimo de rostros reunidos en torno a la música pudíamos descubrir, una noche cualquiera, los rasgos patriarcales de Atahualpa Yupanqui. Más allá, y tal vez sin saber uno quién era el otro, podíamos encontrar a Pablo Guerrero, Alfonso Marsillach, Mercedes Sosa, Ocaña, Balbín, Cortázar, Oneto, y así una interminable lista de amigos. También, confundidos con aquella pequeña y abigarrada multitud, compartieron nuestras noches unas fisonomías que apenas conocíamos, y que hoy, muchos de ellos, son nuestros gobernantes.

“No digamos que allí se hizo historia de una época, pero sí podemos decir que allí, muchas noches, se rubricaron pequeños capítulos de esa historia. Cuántas veces al pie de las canciones, con la emoción subida a los ojos, se brindó... ¡por tu primer disco!..., ¡por tu regreso a tu tierra!..., ¡por tu futuro político!..., ¡por tu primer libro!..., ¡por los pueblos de América!..., ¡por España!... Y España comenzaba a cambiar. Y América está cambiando. Y en Toldería nos seguíamos reuniendo porque, aunque allí no se hace camino, allí se cuenta y se canta cómo vamos andando”.

Diez años más tarde, con motivo del vigésimo aniversario de la sala Toldería, el escritor paraguayo Augusto Roa Bastos escribió una carta encabezada con estas palabras: “Saludo a Toldería en sus veinte primaverales años”.

“Toldería, en Paraguay -(y en Argentina)-decía Roa Bastos–, es el lugar donde las etnias tienen emplazados sus toldos, sus chozas, sus hogares de estaqueo y paja, sus aldeas nómadas o estables, mientras no sean arrasadas e incendiadas por los enemigos blancos. Por lo general, las tolderías rodean el sitio sagrado de la Casa de las Plegarias donde se desarrollan las ceremonias rituales; donde cobran vida las representaciones propiciatorias de su cosmogonía.

“Dos eran y continúan siendo los mitos centrales de los guaraníes, que fueron llamados durante la Conquista Espiritual los teólogos de la selva: El primero, la búsqueda inmemorial de Yvy-Marane’y (la Tierra sin Mal, la tierra intocada y virginal). El segundo mito de salvación eran las danzas y el canto. Sólo por la danza incesante –para la que el tiempo latía en las matracas y en los tambores–, era posible que en la exaltación mística final, en el éxtasis de la muerte como el orgasmo redentor de las divinidades ancestrales, el alma de los danzantes se desprendiera del cuerpo y alcanzara la vida verdadera junto al Padre-Último-Primero.

“Necesito la advocación de este mito de origen, que se celebra en las tolderías indígenas de Paraguay. Bajo ese nombre, semejante a la magia de un exorcismo, quiero poner este saludo, en cierto modo también ritual, a la Toldería madrileña que hace veinte años, tomando el nombre de selva y viento, de canto y danza, se engarzó como una joya oscura en el espacio inmemorial de los bajos fondos del Viaducto.

“Hace veinte años que esta casa pequeña pero mayor, adolescente o centenaria, según se quiera ver, oficiaba de taberna de almas, pero también de tabernáculo del espíritu iberoamericano. Es limbo sonoro también donde perduran la imagen y el recuerdo, la voz y el genio creativo de los grandes que ya se fueron, sin irse, que nos dejaron sin abandonarnos.

“Abierta a la música, al canto, el capital cultural de todas las tierras, de todos los pueblos de la comunidad iberoamericana, Toldería evoca y recuerda, conjura y convoca lo mejor de la música popular de nuestra constelación de países. Se forma allí una congregación de razas, de culturas, de voces plurales, sin eclipse posible.

“A su pequeño espacio –inmenso porque posee la cuarta dimensión del sueño desvelado de los que aman la música y el canto– tiendo este saludo, esta emoción, este llamado. A los pies de Toldería, en las manos de Shary Mendoza, de Gonzalo Reig, sus fundadores y animadores, junto a sus colaboradores y amigos de siempre, dejo este homenaje, este pequeño ramo de plácemes y augurios. Augusto Roa Bastos. Toulouse, Francia. Marzo 24, 1994.”

Efectivamente, Toldería, como dijo Roa Bastos, fue esa “taberma de almas” –o “tabernáculo del espíritu iberoamericano”– por la que desfilaron la voz y el genio creativo de artistas y creadores como Ástor Piazzolla, Atahualpa Yupanqui, Alfredo Zitarrosa, Chabuca Granda, Armando Tejada Gómez, Isabel y Tita Parra, Mercedes Sosa, Misia, Carlos Cano, Chicho Sánchez Ferlosio, Rosa Jiménez o María Dolores Pradera.



De forma más asidua, en Toldería actuaban también, Rafael Amor, Jorge Cardoso, Indio Juan, Olga Manzano y Manuel Picón, Claudina y Alberto Gambino, Nicolás Caballero, Gonzalo Reig, Omar Berruti, Alfonso Ortuño, Adrián Miranda, Norma Peralta, Queimada y Mate, Guillermo Basterrechea, Luis Barros, Silvia Pacheco, Mónica Pelay, Roberto Darvin, Víctor Luque, Graciela Giordano o los grupos Huerque Mapu y, como no, Toldería.

Finalmente, para concluir esta evocación de la sala Toldería –que cerró sus puertas a finales de los años noventa–, voy a reproducir, a continuación, dos comentarios aparecidos en la prensa con motivo de la celebración de su vigésimo aniversario, anteriormente mencionado.

El primero fue publicado por Ricardo Cantalapiedra en el diario El País, el 26 de marzo de 1994.

“24 de marzo de 1974. En una cueva del Madrid de los Austrias, bajo el Viaducto, se inauguraba La Toldería, un local dedicado a la música sudamericana [...]. Eran tiempos oscuros –escribía Ricardo–. La dictadura agonizaba. La Toldería se convirtió en guiño clandestino y cobijo de resistentes. Mientras la policía de todo el Estado buscaba a Santiago Carrillo, de quien se decía que había entrado en España, un extraño señor con ostentosa peluca acudía al local frecuentemente y conspiraba a sus anchas. También visitaba la sala un joven abogado sevillano que se hacía llamar Isidoro, pero cuyo verdadero nombre se descubrió años más tarde: Felipe González.

“Allí se hablaba mucho, pero todo el mundo callaba cuando alguien salía a cantar. Junto a la barra, un cartel advertía: Para evitar malos entendidos, en La Toldería, durante las actuaciones, el silencio es tan importante como el aplauso. Veinte años después, la norma se mantiene inalterable”.

El segundo comentario sobre la sala Toldería pertenece a Cándido, y fue publicado en el diario El Mundo, el 5 de abril de 1994.

“Se han cumplido veinte años de Toldería y he vuelto [...]. El folklore sudamericano que se sigue oyendo en Toldería es real y sin argucias. [...] La música era, y lo es ahora, una llaga en los cuerpos vivos, y hasta el ruido de las sillas –que siguen siendo tan incómodas– nos dice que ninguna de ellas ha olvidado su árbol”.


Gonzalo Reig

 


Gonzalo Reig nació en Mogente (Valencia), estudió el bachillerato en Xátiva, y es, sin lugar a dudas, uno de los más apasionados conocedores, amantes, creadores, intérpretes y difusores de la música y de la canción latinoamericana; tanto que, al hablar de él y de su obra, uno no duda en identificarlo como un “sudaca” más de los que lucharon en España, durante los años sesenta y setenta, en defensa de la cultura y de la libertad de los pueblos hermanos latinoamericanos.

Él mismo reiteraba y aclaraba esa cuestión en el texto de presentación de su disco El payador perseguido, grabado con Omar Berruti (Fonomusic, 1996).

“Me honro de ser valenciano –decía–, me honro de ser español. Pero ante todo me enorgullezco de ser iberoamericano. Tantas grandes cosas nos unen y tantas nimiedades nos separan que nuestros destinos, lo queramos o no, se acabarán fundiendo en una gran cultura”.

Finalizados sus estudios de bachillerato en Xátiva y el preuniversitario y la selectividad en el instituto Luis Vives, de Valencia –estudios que compaginó con su afición a la música y, sobre todo, a tocar la guitarra–, Gonzalo, en 1959, aconsejado por su padre, se trasladó una temporada a Cannes, donde residía su hermano Juan.
En principio, la idea de aquel traslado era permanecer dos meses en Cannes, perfeccionando el francés, para después regresar a España, pero no fue así: Gonzalo conoció y entabló amistad con un prestigioso guitarrista italiano llamado Antonio Filograna y empezaron a tocar juntos en todo tipo de bares, hoteles y chiringuitos de Cannes y sus alrededores.

Un día, actuando en la localidad francesa de Antibes, se encontraron con Aristóteles Onassis, que conocía a Filograna, y, tras escucharlos, los invitó a tocar en uno de sus hoteles de Montecarlo; a partir de ahí, Gonzalo y Antonio se convirtieron, de la noche a la mañana, en los músicos personales y oficiales del magnate griego.
Con todo ese rodaje, en 1962, Gonzalo se trasladó a París, para estudiar arquitectura, donde entró en contacto con numerosos grupos de sudamericanos, emigrantes y exiliados que se dedicaban a la música; tocó y cantó en diferentes peñas y locales para poder sobrevivir, y conoció a Violeta Parra, a sus hijos –Ángel e Isabel– y, sobre todo, a Atahualpa Yupanqui, con quien mantuvo una entrañable amistad.

En 1963, formó el trío llamado Los Chiriguanos, junto con Pablo More y Ángel Sanabria, dos paraguayos que procedían del grupo Los Guaranís.

Posteriormente, tras colaborar durante un breve tiempo con el grupo Los Incas, fue miembro fundador e integrante de Los Calchakis.

Los Calchakis, en sus inicios, fueron un dúo integrado por Héctor Miranda –argentino– y su mujer, a la que, en 1965, reemplazó Gonzalo Reig.
Poco tiempo después, con la incorporación de Nicolás Pérez González –paraguayo–, la formación se convirtió en un trío, y quedó finalmente constituida como un quinteto con la participación de Sergio Arriagada –chileno– y Rodolfo Dalera –argentino–. A lo largo de la historia del grupo, grabaron más de veinte discos, la mayoría de ellos editados en París, por la casa discográfica Arion, dirigida por Ariane Ségal.

En un principio, el objetivo y el signo de identidad de Los Calchakis fue la difusión en Europa de la música de los países andinos.

Se centraron, en especial, en la utilización de los instrumentos populares –como las flautas indias o la marimba– y en el acercamiento a los ritmos y a las canciones del folclore latinoamericano.

Más tarde, decidieron empezar a incorporar en su repertorio canciones más actuales, sobre todo en lo que se refiere al contenido de los textos; canciones que reflejaban y ponían en evidencia la realidad más profunda de los pueblos latinoamericanos, es decir, sus sentimientos o estados del alma, sus necesidades y reivindicaciones, sus sueños y sus problemas.



Fue así como Los Calchakis, considerados en el inicio de su trayectoria como un grupo puramente folk, decidieron introducirse en el universo de los llamados “cantautores”, y asumieron una de las características más peculiares de ese universo: la musicalización y el canto de los textos de poetas como Nicolás Guillén, Pablo Neruda, Armando Tejada Gómez, César Isella, César Vallejo, José Martí, Octavio Paz, Víctor Jara o Violeta Parra.
En 1973 el grupo colaboró con Mikis Theodorakis en la banda sonora de la película État de siège (Estado de sitio), dirigida por el cineasta franco-griego Costa Gavras.

En aquel momento, Theodorakis, por encargo de Pablo Neruda –que era embajador de Chile en Francia– estaba musicalizando algunos poemas del Canto general; musicalizaciones que incorporó a la banda sonora de la película de Costa Gavras, grabada en un LP, editado por CBS-Arión, que obtuvo el Prix Louis Delluc, en 1973.

Al año siguiente, Gonzalo Reig decidió abandonar Los Calchakis –le sustituyó Fernando Vildozola– y regresó a España, en concreto a Madrid, para abrir un local similar a las peñas en las que había trabajado en París; local al que le puso el nombre de Toldería.

Por Toldería, peña calificada por Gonzalo y por Shary Mendoza –sus creadores y propietarios– como Centro Folklórico Iberoamericano, y por Mercedes Sosa como “templo de la música sudamericana”, desfilaron la voz y el genio creativo de un numeroso grupo de grandes artistas como Yupanqui, Ástor Piazzolla, Chabuca Granda, Armando Tejada Gómez, Mercedes Sosa, Carlos Cano, Chicho Sánchez Ferlosio, Rafael Amor, Claudina y Alberto Gambino, Olga Manzano y Manuel Picón, Omar Berruti, Luis Barros, Nicolás Caballero o Jorge Cardoso.

Pero Toldería fue algo más: Gonzalo Reig no pudo resistirse a volver a tocar la guitarra y a cantar, y puso en marcha una nueva agrupación musical llamada como la peña, es decir, Grupo Toldería, grupo integrado por Óscar Maldonado, Pedro Lozano, Teddy Tudela y el propio Gonzalo.



Manuel Picón nos narra así el nacimiento de aquel grupo:

“Del pequeño mundo de la sala Toldería, casi oculto en la noche madrileña, viene el grupo que lleva su mismo nombre.

“Dos bolivianos y dos españoles, madrugada tras madrugada, envueltos en el humo de los cigarrillos, volcados sobre los instrumentos y las partituras, dándose cortos respiros para echar un trago, fueron madurando la unión. Recogieron de aquí, aportaron de allá, trabajaron, bebieron de ese mismo clima que ellos habían formado y, soplando sus flautas indias, abrazaron sus guitarras y charangos, acabaron por encontrar su propia voz.
“El sonido del Grupo Toldería –continuaba diciendo Picón– no es un mero perfeccionamiento, es algo menos tangible, más oculto, profundo, valioso: es el sonido de una tierra. Las oscuras catedrales de las minas, el amargo sudor, el jadeo de las mulas trepando los senderos de piedra, los cañaverales infinitos, los templos, los arenales calcinados, el río y esas lejanías, esos silencios del gran territorio habitan en la música del Grupo Toldería”.

Así, el grupo –entre los años 1975 a 1977– grabó y publicó tres hermosos discos revestidos de bellas cubiertas dibujadas por Alfonso Ortuño. El primero se llamó Misa criolla y cantos de América Latina (Movieplay, 1975), en el que, acompañados de la Coral Santo Tomás de Aquino, dirigida por Francisco Moreno, realizaron una magnífica versión de la Misa criolla, de Ariel Ramírez.

Al año siguiente, grabaron su segundo disco titulado Los pueblos americanos.Personajes de su historia (Movieplay, 1976).

Su tercer y último LP fue una versión del Canto general, de Pablo Neruda, musicalizado por Mikis Theodorakis (Movieplay, 1977). En aquel disco, dedicado a Neruda colaboraron Jorge Cardoso –magnífico guitarrista– y Nicolás Caballero, paraguayo que supo revolucionar la técnica del arpa india consiguiendo con ella brillantísimas ejecuciones de todo tipo de composiciones, tanto clásicas como folclóricas o contemporáneas.

En 1985, Gonzalo Reig emprendió un nuevo proyecto discográfico de gran belleza y originalidad al que le dio el nombre de Revivaldi; proyecto al que se unieron Tino Porras, Armando Lorente, Nicolás Caballero y el propio Gonzalo, integrando un grupo llamado Taller de Instrumentos Populares.

“El Taller –se decía en la carpeta del disco– es la confluencia de las búsquedas personales de un grupo de locos por la música interesados en descubrir nuevos caminos para los instrumentos y los ritmos populares.
“Las únicas barreras en las que creemos son nuestras propias limitaciones. A partir de ahí, todo es sonido y ritmo en libertad absoluta.

“Este primer trabajo está dedicado a temas clásicos y esto no es casualidad sino pura afinidad filosófica, ya que es evidente que los músicos del Taller compartimos plenamente la tradición clásica de dejar a la libre elección del intérprete el instrumento con que ejecutar sus piezas.

“Estamos seguros de que si Bach viviese hoy, encontraría muy natural interpretar un preludio con marimba y un ritmo inspirado en la batucada. Vivaldi aceptaría que sus cuartetos de cuerda fueran cuartetos de siku. Y estamos convencidos de que Boccherini y Beethoven no tendrían inconveniente en escribir para un arpa diatónica que hoy se utiliza en América Latina. Tal vez Tárrega y Purcell se sorprendieran bastante al escuchar sus Recuerdos de la Alhambra y su Trompeta voluntario con las cuerdas y los metales cambiados por flautas.

“Y nuestro homenaje a todos ellos lo constituye el tema que le da nombre al disco: Revivaldi”. (Tema con el que se cierra este CD de Gonzalo Reig que incorporamos a la colección El canto emigrado de América Latina).

Varios años después, con motivo del vigésimo aniversario de la inauguración de la sala Toldería, se editó un disco conmemorativo realmente interesante y solidario.

Se llamó Gonzalo Reig. “Canción con todos”... sus amigos (Fonomusic, 1994), en el que intervinieron –cada uno interpretando una canción– Mercedes Sosa, Rafael Amor, Olga Manzano y Manuel Picón, Alberto Silva, Rosa Jiménez y Chicho Sánchez Ferlosio, Nicolás Caballero, María Dolores Pradera, Carlos Cano, Omar Berruti, Francisco Ramírez, Patricia Nora y el Grupo Toldería.

Otra iniciativa musical de Gonzalo, en colaboración con la empresa discográfica Fonomusic, fue la puesta en marcha, en 1996, de un proyecto titulado Cantatas del Nuevo Mundo, en el que se incluyeron cinco obras editadas en CD.

Cuatro de aquellas obras ya habían sido publicadas anteriormente por Fonomusic: El loco de la vía, de Rafael Amor; Fulgor y muerte de Joaquín Murieta, de Manuel Picón y Olga Manzano; Canto general y Misa criolla, ambas interpretadas por el Grupo Toldería. La quinta cantata, grabada por Gonzalo Reig y Omar Berruti, fue la interpretación íntegra de una de las obras maestras de Yupanqui, El payador perseguido; composición poética y musical autobiográfica de Don Ata, como le solían llamar familiarmente sus amigos.

Por fin, para concluir esta aproximación a la personalidad creativa de Gonzalo Reig, es importante resaltar el trabajo que ha realizado, en estos últimos años, sobre monografías musicales que giran en torno a diferentes ritmos y estilos latinoamericanos.

La primera de esas monografías fue la que dedicó, en 1999, a la habanera con el título genérico de Habaneando. Habaneras de ayer y de hoy (Send Music), disco interpretado y grabado en compañía de la Banda Brava, integrada por José Ramírez, Rafael Ruiz Llach, David Burgos, Wolker Kirrberg, Tacún Lazarte, Franc Ross y Ramsés Villanova. Esta obra, estrenada en la Casa de América de Madrid, el 24 de febrero de 2000, fue presentada por el Instituto Cervantes, en Nueva York, el 31 de octubre de 2001.

En esa misma línea de investigación desbordante, Gonzalo Reig, para tender un abrazo musical a México, grabó, en 2003, un CD al que tituló Con aires mariachis (Several Records); curiosa e interesante obra en la que interpreta con aires de mariachi canciones como 19 días y 500 noches, de Joaquín Sabina; Si tú no estás, de Rosana; Sin tu latido, de Luis Eduardo Aute; Como un gorrión, de Joan Manuel Serrat, o La reina de los mares, de Carlos Cano.



DISCOGRAFÍA DE GONZALO REIG



Más de diez discos grabados con Los Calchakis; entre ellos:


• La marimba sudamericana (Arión, 1969)
• Misterio de los Andes (Arión, 1971)
• Los Calchakis en escena (Arión, 1972)
• État de siège (Arión, 1973)


Discos grabados con Grupo Toldería:
• Misa criolla y cantos de América Latina (Movieplay, 1975)
• Los pueblos americanos. Personajes de su historia (Movieplay, 1976)
• Canto general (Movieplay, 1977)

Disco grabado con Taller de Instrumentos Populares
• Revivaldi (21 Records, 1985)

Discos grabados como solista:

• México y sus borracheras (DID, 1993)
• Canción con todos (Fonomusic, 1994)
• El payador perseguido. Con Omar Berruti (Fonomusic, 1996)
• Habaneando. Habaneras de ayer y de hoy (Send Music, 1999)
• Con aires mariachis (Several Records, 2003)
• Que no calle el cantor (Sello Autor, 2008)





FUENTES:

Casi todo lo expuesto en este artículo se debe a Fernando G. Lucini, Musicólogo, periodista y escritor.
Muchas gracias por tan extraordinario trabajo.




Tino Brodard

2 comentarios: